el viaje 1

Día 16, Sábado

Sobre las 16.40 nos ponemos en marcha en nuestro Megane. Un descuido marcará nuestro viaje desde el principio: Dori se ha dejado tooodas las tarjetas de crédito en casa. La recién estrenada economía familiar y las maletas suspiraron aliviadas. A lo que iba: Dori conduce el primer tramo hasta bien pasado Albacete (2 horas justas). Parada, horrible café de área de servicio, empalagoso donut y relevo. No hay mucho tráfico y eso ayuda. Vamos mejorando las previsiones de llegada, no nos equivocamos en ninguna salida y tras pasar por tres carteles que indicaban el parking de largas estancias, el desastre. Nos perdemos, o me pierdo, no sé. El Parking no aparece, se lo ha comido la tierra; un rayo de Zeus lo ha fulminado; lo ha abducido una nave del espacio exterior, como a prota de Santa Barbára cualquiera. Recorremos Barajas (pueblo, no Foulnier) de arriba abajo y viceversa, nos metemos por todas las terminales del aeropuerto. Nada. Preguntamos a un taxi y para un lado, a un lugareño y para otro, al de Viva Tours y mannde!. Al final en una gasolinera nos indican el camino, Estaba allí mismo, unos graciosillos han saboteado el último cartel, el de la rotonda y a nadie se le ocurre poner un cartelito, aún chiquitito, como esos que indican, a boli, una matanza huertana. Sospecho, y está documentado, que todo es una treta de la T4 para usar su aparcamiento de terminal y recoger la pastilla de jabón.


Aparcado el coche un mini autobús nos lleva a la T1 y de ahí otro a la T4. Allí estamos, facturamos sin problemas y a esperar. Dos horas para la salida del avión, así que a la cafetería pre-control de seguridad. Dos Calsberg bien fresquitas, cuatro mini bocadillos, caseros y contundentes y algo de fruta para la (primera) cena. De ahí a las puertas de embarque, como siempre, en el último pasillo del último ala del aeropuerto.

Día 17, Domingo

Iniciado el vuelo destino a Buenos Aires en un Airbus 320-600 (Madre mía que bicho más largo, eso se parte, fijo). Nosotros en la cola, pero juntitos y en zona de ventanilla. Despegue correcto retrasmitido por la cámara de cola. Sobre las 2.30 cena made in Iberia: curiosa y hasta comestible. Luego luces apagadas y a intentar dormir, jeje, que iluso. Que viaje más largo me espera. Como los 4 críos que están por aquí comiencen a hacer de las suyas……Yo como si fuera solo: con qué facilidad se duerme Dori, que envidia me da. Durante la cena ha echado ya dos cabezadas y sigue durmiendo. Yo, lo esperado, nada de dormir. Tres películas a medias: Niños grandes, Toy Story 3 (merece mejor visionado) y El Mejor. Pantalla chica compartida. En estos vuelos hay espacio para los pies, pero para el resto del cuerpo…. Basta que la de adelante le dé al botoncito para perder la dentadura con el respaldo del asiento, y bueno también la paciencia. Porque uno es pacifista pero te entran unas ganas de aplicar nuevos usos a la navaja suiza en el cuerpo de sus inventores. Eso más la manta, mas la almohada, la cazadora, el bolso, el portátil, ect. Total que terminas escribiendo sujetando el portátil con la mandíbula e intuyendo las teclas a pulsar. Casi terminado el vuelo sirven el desayuno, casi entrando en Uruguay. Balance final de horas de sueño: Dori 7 horas, Domingo 1 ¼.

A estas alturas del viaje ya he vivido una nueva experiencia dentro de mi dilatada experiencia en viajes: la visita al aseo del avión. Si bueno, a lo mejor en Bussines si es posible lo de Emmanuel, pero en los de cola, solo un par de faquires tienen alguna posibilidad. Un último apunte: el capitán, Manuel Fernández de Córdoba (ole, ole y ole), al objeto de que hiciéramos bien la digestión nos acunó con unos suaves movimientos. Es lo que tienen los aviones grandes: las turbulencias parecen poca cosa.


Salida del avión. Cola para el control de pasaportes. Mas cola para la aduana. Entre el avión y la salida más menos una hora. En la salida nos esperan el coordinador de la estancia y el chofer, que nos trasladan al hotel en un Renault Scenic ya talludico. Amplia autopista, pocos vehículos y multitud de chabolas y casas de ladrillo sin enlucir, que se mezclan con casas de postín medio en ruinas. Entre ellas destacan estrechos edificios de 10 a 20 pisos que conocieron tiempos mejores y que parecen lanzas clavadas entre guijarros. Está claro que nadie imaginó dotar al municipio de unas elementales normas de urbanización. Eso en el gran Buenos Aires, en D.F. sigue la misma tónica, pero con edificios mejor terminados y conservados.

Llegados al hotel (mono, recién remodelado, menos el baño), nos duchamos y ante la tentación de echarnos un rato para descansar, decidimos salir a dar una vuelta. Menos mal, de lo contrario nos hubiéramos pasado todo el día durmiendo, yo más. Primera parada: cambio de divisas en la calle Florida, donde está la única oficina de cambio que abre los domingos, hacemos cola y cuando vamos a ser atendidos nos piden el número de pasaporte, como no lo tenemos vuelta al hotel y regreso a la oficina. Tras rellenar un formulario conseguimos al fin los pesos. Vaya control con el cambio: ¿será por miedo a la defraudación o para controlar a los cacos que roban a los turistas?. Seguimos por la calle Florida y terminamos en la Plaza de Mayo, donde se encuentra la Casa Rosada y la Catedral (más menos como la Madelaine de París pero algo más fea). Buscábamos el mercado de San Telmo y allí, en una calle estrecha lo encontramos.


Puestos de artesanía y de antigüedades se aglutinan a ambos lados de la calle, salpicados por alguna que otra actuación (cantantes, tango, marionetas, hombres estatua, etc.)  y mini puestos de empanadillas. Como ya teníamos hambre entramos en un restaurante de La Continental. El Menu: Dos medias de Quilmes, dos empanadillas; una de carne y otra de verduras con salsa blanca (acelgas, espinacas y rúcula con bechamel), dos porciones de pizza: de cebolla y jamón y otra de verduras y salsa blanca, una porción de tarta de boniato, una porción de tarta de la casa y un capuchino (total 15€).


Para bajar la comida terminamos el mercadillo y ya puestos volvemos por la avenida del puerto y de ahí a Puerto Madero y sus tres o cuatro muelles. El barrio más moderno y al parecer más caro de la ciudad. Se nota que es una zona nueva y está mejor urbanizada. Inmensos rascacielos y modernos complejos de viviendas, bastantes aún en fase de construcción, contrastan con el resto de la ciudad. En la zona localizamos gran variedad de restaurantes, los más pijos y mejores de la ciudad. Paseo por toda la zona, descanso en un banco (Dori se queda durmiendo).



Frente al amodorramiento chicles de flores de Bach para dar energía. Después helado de dulce de leche y vuelta al hotel. Son las 6 de la tarde, hora local, y no podemos con nuestras almas. Un último esfuerzo: comprar agua y yogures en el Carrefour de enfrente del hotel y por fin en la habitación. Son las siete. Ponemos el despertador a las diez para ir a cenar. Cuando suena lo paro y lo pongo a las 7 de la mañana, ya para el desayuno. Nos hemos ahorrado una cena.



Día 18, Lunes

A eso de las 7 suena el despertador y nos bajamos al desayuno, a recuperar las calorías no ingeridas la noche anterior. Y madre si lo hacemos: cafés con leche, bollería, tostadas, cruasanes con jamón y queso, huevos revueltos semi-crudos (que delicia dios), y más y más cosas. Después del atracón, en estado de semi-inconsciencia por la digestión, a esperar en recepción al guía turístico. Recorremos los barrios más significativos de la ciudad en un mini tour de tres horas: paradas en la Plaza de Mayo, estado de Boca y Caminito. En la plaza visita a la Catedral en hora de misa. Bastante sosilla, la catedral, la misa como las de aquí: Dori se la sabe de memoria. Nos dicen que la Casa Rosada (a la que se desplaza todos los días Dña. Cristina en helicóptero desde su mansión de las afueras) lo es por un tinte a base de sangre de vaca (puagg). 

Los alrededores del estadio de Boca son un cruce entre el barrio de la Fama y el Bronx de las pelis de pandilleros (menos mal que era de mañana). Caminito muy cuco, original y pequeñito: habrá que visitarlo más detenidamente, eso si, habrá que evitar tanto a los tangistas inertes (para foto) como a los móviles, amenizadores de aperitivos y comidas. 


El bus nos deja en el Puerto y tomamos el barco restaurante para la comida. El recorrido por el Rio de la Plata (que en realidad es marrón y es más una bahía con corrientes) algo sórdido: es como ver la ciudad por su espalda. La mayor parte transcurre por la zona del puerto marítimo de mercancías. Dos centrales térmicas a petróleo semi-camufladas con estructuras de hormigón imitando un palacio y una iglesia, para disminuir el impacto visual, pues están prácticamente dentro de la ciudad. También está la parte posterior del barrio de Recoleta (uno de los más pijos) y el aeropuerto interno (que nos resultará familiar). La comida regulera tirando a maluja: a Dori no le ha sentado bien el helado que nos han puesto de postre, no se si por el mismo helado, por la música o por los bailes de los colombianos de la mesa de al lado. De las dos visitas incluidas en el viaje nos llevamos un DVD con tangos y fotos de Argentina y una foto en el yate un pelín hortera. 

Como tenemos el traslado al hotel incluido en la estancia, un taxista suicida nos conduce hasta las inmediaciones del mismo, saltándose todas las normas de circulación, las del buen juicio y los buenos modales (eso de ir 4 coches en paralelo por una vía de dos carriles, puf). Aunque nos recomendaron el servicio de taxis por lo económico y las largas distancias de la ciudad, lo que ganamos en tiempo lo perdemos en esperanza de vida. Recurriremos a él solo en caso de extrema necesidad.



Volvemos andando a la zona de Recoleta que hemos visto por la mañana en el tour. Visitamos el famoso cementerio, una mini urbe, pero más ordenada y con mejores edificios que la ciudad, en la que se mezclan panteones centenarios con otros que parecen la puerta de una discoteca de moda. 


El culto a la ostentación en su estado más puro e inútil: si la muerte nos iguala a todos, para qué empeñarse en mantener las diferencias de clase. Al menos queda la arquitectura y unas estatuas salidas de un tétrico poema romántico. Después de mucho buscar al final encontramos la tumba de Evita Peón (que no es la que aparece en la guía) y esta resulta ser de las menos ostentosas.

Nos sorprende que los ataúdes se acumulen dentro de los panteones, acumulando polvo y telarañas, y no se tapien dentro de los niños, quedando a la intemperie, como en un cuento macabro, o como una funeraria de saldos de segunda mano. Al menos así y si te entierran vivo tendrás más posibilidades escapar, o al menos de no untarte las manos de tierra.
Después visita a la iglesia del Pilar, supuesta maravilla de la ciudad. Es bastante más sencilla que las europeas, fachada blanca y un altar de plata repujada: No sé si por la época, el presupuesto o el estilo, tanto el tamaño como la decoración de las iglesias de por aquí es bastante austero. Visita fugaz a unos de los centros de sophing de la ciudad y parada para el café: un capuchino y un mate listo, no por lo inteligente sino por listo para tomar: baso y pipa de plástico y más amargo que la madre del té macha, que ya es decir, y al que a mi parecer se trae un aire. Seguimos por la calle Alvear, zona de tiendas de postín, por la que camino tranquilo, pues las tarjetas de Dori se quedaron en casa. La cena en un restaurante de la zona: empanada de carne chica y bife de chorizo con papas para uno. Dori observa entre bostezos y abre la boca de vez en cuando para ser alimentada cual pajarillo adormecido. Vuelta al hotel a pié: el trayecto en taxi nos ha traumatizado y el metro no nos parece muy seguro después de la alarma que existe con los carteristas y atracadores (no precisamente de barcos). Durante el trayecto descubro el secreto del empleo en la Argentina: los guardas de seguridad. Si una gran parte de la población se dedica a sustraer y otra gran parte a proteger, solo falta ocupar al resto de los que quedan para tener pleno empleo.

Ya en el hotel, duchados y aseados nos disponemos a dormir a eso de 23.31. A pesar de ser ya las 4.35 en España, el Yet.lag no parece afectarnos mucho. Es hora de intentar dormir pensando en el ataque al buffet del desayuno.

DIA 19, Martes

Hoy nos despertamos un poco más tarde, sobre las 9,30 h. Tras el atracón del buffet (hoy más que nunca) nos dirigimos a ver nuestro primer museo: el de Bellas Artes, que está en Recoleta (ya lejillos del hotel). Llegamos andando a  las 11 y abre a las 12,30 (Mecachis). Bueno, decimos, nos acercamos al de Arte Iberoamericano, que está a solo a 5 cuadras (y más lejos). Este abre a las 12.00 h., bueno, mejor, pero de mañana (cierra los martes).


Vamos bien. Al menos nos entretenemos viendo a los paseadores de perros y los líos que arman. Uno lleva más de 20 perros y a paso firme. Nos acercamos al Jardín Japonés. Este al menos está abierto  y es muy mono, muy bien cuidado y con unas carpas de 5 kilos que no dudarían en devorarnos si diésemos un mal pie al cruzar el puente de madera que cruza el estanque.


Ya que estamos decidimos seguir caminando por los parques del barrio de Palermo para acercarnos a lo que las guías llaman la zona más chic de la ciudad, donde abundan los restaurantes internacionales, los bares de moda y las tiendas de nuevos diseñadores. Demasiadas cuadras para llegar a la zona a pié. Siguiendo la guía nos metemos por una avenida paralela a la estación de Palermo que parece sacada de una película de catástrofes, así que cuando ya casi no podemos ni respirar, con las lumbares ladrando, paramos un taxi que nos lleva a la plaza de Serrano, centro neurálgico de la zona. En una terraza que huele a mierda (sea por las palomas, por la alcantarilla o por la huelga de basureros) nos tomamos unas Quilmes negras (una dulce, otra amarga) que estaban estupendas y un panqueque, o masa de crep con queso tomate y jamón, todo ello rodeados de palomas cada vez más interesadas en el plato de maní salado que la camarera tuvo el buen juicio de tapar. Otros no tuvieron tanta suerte: al intentar coger el primer cacahuete docenas de palomas se abalanzan al improvisado comedero, derivando cuantos platos, vasos o botellas encuentran a su paso. Ante esa perspectiva no es de extrañar que varios de los comensales, con cara de angustia, agitaran manos y cabeza al ver acercarse a la camarera con los aperitivos.

Terminado el tentempié a eso de las 14.15 nos damos un paseo por la zona en busca de algún restaurante de verdad. Acción infructuosa. El sitio está lleno de tiendas pijas y bares que ofrecen brunchs a precios elevados para el país. La disposición de la zona es curiosa, calles con árboles y casas de una o dos plantas, transformadas la mayoría en tiendas pequeñas, le confieren un aire de urbanización residencial. Visto que teníamos hambre de verdad y estábamos cansados, volvemos a requerir a un taxi y le indicamos que nos lleve a Puerto Madero para atiborrarnos de carne. Este nos sugiere otro, más cerca del hotel y en el que seguro lleva comisión. Como no tenemos ganas de discutir nos quedamos allí. Como ya eran las 15.00 horas el camarero nos iba negando cada cosa que le pedíamos: que la parrillada no nos iba a gustar, que tenía muchas entrañas, que el ruedo era mucho para nosotros, que del menú no podía ofrecernos nada, etc. Dedujimos que no tenían de casi nada dada la hora, pero el hombre no se cortaba un pelo (más mandón el tío...). Al final conseguimos que nos hiciera caso y tomamos un menú de 60 pesos todo incluido: cerveza, empanada para ambos, medio cochino asado para mí y medio pollo para Dori, arroz, ensalada, postre y café (nada mal por 12 € por persona). El problema es que nos lo comimos todo y claro, empachados de nuevo anduvimos por las calles de la Florida y Reconquista, las peatonales por excelencia y paraíso de las compras (y Dori sin tarjetas, pobre, xD), eso si rodeados de bolsas de basura debido a la huelga de basureros. Los precio más baratos que en España pese a estar en zona cara, pero no tanto como para volverse locos comprando, al menos yo, tan agarrado como de costumbre. Aún así compramos unos DVDs a buen precio: nuestra primera adquisición multimedia para la nueva casa y que aún seguimos sin encontrar.


De vuelta al hotel compramos unas entradas para el teatro en la misma calle Corrientes, función del miércoles noche (75 pesos en platea), después ducha, estudio de las actividades realizadas y por hacer y ante la perspectiva de vestirse y dar un paseo o quedarse viendo una peli ganó esta última por goleada (2 votos a cero), ante todo porque nuestros estómagos tenían limitada nuestra movilidad. La peli duró 35 minutos, el tiempo de quedarnos dormidos. Madre mía y solo eran las 10.30 h. Ya nos hemos ahorrado otra cena, a este ritmo nos sobrarán dólares.

DIA 20, miércoles

Nueva parada en el buffet del hotel, podríamos estar comiendo horas. Escaldados de lo ocurrido el día anterior nos tomamos un taxi y vamos directos a Caminito, en el barrio de la Boca. Una vez allí, paseo por los corralitos típicos. A mi pesar curioseamos en una galería de arte, que no me gustan porque no puedo comprar, y lego pasa lo que pasa, que te gusta un cuadro y dices: bueno a lo mejor podría gastar esos 500 o 1200 euros, porque es tan mono y bueno, también lo puedes acarrear durante 10 días de aquí para allá, etc. Luego reaccionas, tienes otras prioridades y gastos. Adquirimos algunos recuerdos, estos algo más económicos, de artistas locales: una pena la escased de cash y espacio, había mucho y bueno donde elegir. Seguimos entre propuestas de locales de comidas y entramos en una tienda de pieles. Una gentil dependienta nos saca cientos de alfombras confeccionadas con miles de vacas, al final adquirimos una de pelo de vaca lechera argentina por 650 pesos (110.- €), más original y bonita que las del Ikea, que cuestan 190 €.- Como además el marido gestiona el restaurante anexo, allí nos quedamos y a eso de las 13.00 h. decidimos comer. Una parrillada para uno y dos empanadas de carne, acompañado con un Quilmes negra de litro para los dos. Apenas podemos con la carne, y eso que era para uno.


Luego vuelta en taxi, que primero hace una parada para dejar la vaca en el hotel y después nos lleva al Museo de Bellas Artes de Argentina (esta vez abierto), en el que vemos una colección de pintura europea aceptable, entre la que destacan unos cuadros de Goya de la serie Negra que quitan el hipo, cinco Sorollas, impresionantes como siempre, unas cuantas estatuas de Rodin y algún que otro cuadro suelto de Renoir, Monet, Degas (uff, como me gusta), Gauguin, Van Gogh,  etc. Merece la pena, aún siendo chiquito. El resto, prescindible. Si hay algún pintor argentino que merezca la pena no estaba en ese museo y los de la colección temporal, supuesta corriente rompedora de los 60….nada de nada. Como el Museo de Arte Iberoamericano está relativamente cerca y no es martes, decidimos acercarnos para terminar nuestra ronda museística. Este tiene entrada (8 pesos) y arquitectónicamente es una preciosidad. No llega a la altura de Gugenhaim de Bilbao pero comparte con él su principal característica: el continente supera al contenido. Una exposición temporal cedida por el Museo Daimler Mercedes de Alemania, muy industrial y entre las que se encuentran unos cuadros de Andy Warhol, como los de Campbell pero de coches mercedes, y la colección permanente del museo, de artistas latinoamericanos de finales del XIX a nuestros días, muy pequeña y que tiene un Botero, un Ribera y alguno más hasta potable. Parece que por aquí se les da mejor escribir que pintar.


Vuelta al hotel y de ahí al teatro, que está aquí al lado, en la misma calle Corrientes . Tampoco nos podemos despistar mucho, pues mañana pasan a recogernos a las 5.45 de la mañana para llevarnos al aeropuerto. El servicio del hotel, muy atento nos ha preparado algo de desayuno para llevar.

La función, en el Teatro Tabaris, en Calle Corrientes “Amor, dolor y que me pongo” estuvo muy bien: comedia y drama en una suerte de diálogos entre 6 actrices Teatro pequeño y media entrada. A ratos entretenida. Luego volvemos corriendo al hotel Teníamos bono para cena gratis en el hotel y llegamos a punto del cierre. Hoy que tenemos que madrugar nos acostamos más tarde que nunca, a las 1,30h.

DIA 21, Jueves

A las 5.00 suena el despertador. Nos vestimos y nos arrastramos hasta nuestras maletas para terminar de acomodar el equipaje, a las 5.45 h ya nos esperan en el hall del hotel. Un chico con traje y un C4 sedán (el más grande que hemos visto por aquí, donde abundan los coches chicos con maletero, donde los WV no son Golf sino Gol, los Dacia son Renault y los Opel Chebrolet). Así que llegamos al aeropuerto de viajes internos 3 horas antes de que salga nuestro vuelo. Facturamos nada más llegar y damos cuenta del magro desayuno en los asientos de la zona de facturación. Nos tomamos un café mientras vemos la primera parte del Barça en diferido y esperamos el embarque. Y aquí un leve problema, consecuencia de meter la vaca en el equipaje de mano, que, vaya por Dios, se les ocurre pesar y excede en 2 kilos lo permitido, así que a facturar. Yo apurado hasta que me informan que no tiene coste, así que saco el portátil de la maleta y nos metemos en el avión. El vuelo muy suave en un Airbus 320, pequeñito y moderno. El desayuno escaso. El vuelo dura 3 horas, a bastante baja altura, lo que nos permite, disfrutar de unas vistas impresionantes de Los Andes, entre ellos un pico majestuoso, el Fith Roy.


Ya en el aeropuerto Calafate, nos recogen en un Bus y nos dan una vuelta por el Calafate, un pueblo muy disperso, como el de Doctor en Alaska, pero más grande y con más tiendas, debido al turismo. El autobús circula entre caminos de arena parecida a la del mar (se nota que todo esto estuvo inundado) y las pistas del antiguo aeropuerto, que ahora son usadas como pequeñas autopistas. Hacemos un pequeño recorrido por parte del pueblo, en el que abundan pequeñas construcciones de madera y ladrillo y otras más grandes, destinadas a casas de huéspedes.


Se nota que el turismo ha crecido en los últimos años. Hay muchos pequeños hoteles y el número de casas en construcción es elevado. Cada casa tiene su cercado de espino y se distribuyen sin orden ni concierto por las laderas de los montes y el llano. Las alambradas están cubiertas de bolsas de plástico, llevadas allí por los vientos. Más tarde nos informan que la población actual ronda los 20.000 habitantes, cuando en el 2003 solo residían apenas 3.000. Son todos bastante jóvenes y vienen desde otras provincias argentinas, en busca de trabajo y de otra vida.


Al llegar al hotel nos quedamos extasiados. Nos habíamos hecho una idea por las fotos de internet, pero no podíamos imaginar que fuera tan bonito, y con vistas directas al Lago Argentina y la Cordillera de los Andes. Menos mal que elegimos este y no el de categoría superior. Desde el hotel nos desplazaron al centro del pueblo junto con parte del personal: está a unos 3 km del centro. Una vez allí comimos en un restaurante de estilo Italiano: La Casita. Una maravilla de sitio y una gozada de comida: Espagueti diávolo con salsa de crema y brócoli, pizza de la casa y panqueque caliente de pollo (en realidad era casi una lasaña). Todo ello regado con una copa de vina Malbec de Mendoza, dulzón e intenso y un vino patagónico más especial. Ahítos como siempre nos damos un paseo por la calle central del pueblo, compramos alguna cosilla de recuerdo, unos guantes para el frio y algo de comida para la noche y la excursión del día siguiente.


De vuelta al hotel hacemos uso de todos los lujos que nos brinda: la sauna seca, la sauna húmeda y la piscina climatizada acristalada con enormes vistas al lago y montañas. Un lujo. Pena que no estuviéramos solos. Para terminar baño conjunto en el yacuzzi de la habitación y descanso en régimen semi-inconsciencia en la enorme cama. Allí mismo nos tomamos una mini cena, como casi todas las del viaje: pequeñita por el empacho (una empanada y un emparedado por persona), eso sí con un litro de Quilmes Stout del súper del pueblo (el mini bar como si no existiera). Ya estábamos matados pero la cerveza nos dejó KO total, así que a dormir, eso sí, con todas las cortinas descorridas. Qué maravilla de vistas.

DIA 22, Viernes

El alba nos despertó sobre las 7 de la mañana y el paisaje desde la habitación no podía ser más impresionante. Junto a la ventana de la habitación pastaban libres unos caballos, en cuyo pelaje se reflejaba el rojo amanecer. Como nos recogían a eso de las 9.30H nos demoramos conscientemente en las tareas de arreglo y desayuno. La cafetería del hotel en consonancia con el resto: impresionante, el desayuno, bueno y extenso, aunque no tan excelso como el del Broadway. Nos abrigamos bien. Yo con mi traje de neopreno para correr bajo cero, sudadera, cortavientos y guantes. Dori con doble pantalón, camiseta larga, sudadera, abrigo y guantes.

Nos montamos los primeros en un mini bus y vamos recogiendo pasajeros por unos 5 hoteles de El Calafate. Emprendemos camino al Perito Moreno y nada más iniciado el viaje nuestra guía, Laura recibe vía móvil una terrible noticia: la mujer de su mejor amigo, que estaba esperando un niño desde hacía años se acababa de suicidar en Buenos Aires. Ella tan atenta y simpática como el resto de personal que nos hemos encontrado por aquí, siguió con sus labores de información mientras planeaba su salida inmediata a Buenos Aires (nosotros lo oíamos todo pues estábamos sentados en primera fila). Vemos algunos cóndores sobrevolando las montañas. La vegetación: pequeños arbustos, entre los que se encuentra el calafate (creo que son arándanos), planta que da nombre al pueblo.


A mitad de recorrido nos adentramos en el parque natural. Me sorprende ver numerosos troncos de árboles muertos en la ribera del lago. Nos informan que es por las crecidas del nivel del lago. Como el glaciar Perito Moreno no para de crecer, este llega a bloquear uno de los brazos del lago argentina, por lo que este sube de nivel, hasta nada menos que 20 metros. Luego la presión del agua rompe el hielo, lo que se conoce como ruptura, se desmorona parte del mismo y el nivel vuelve a equilibrase. Por este hecho es conocido mundialmente el glaciar. Las rupturas en los últimos años se dan cada dos años. La subida del lago hace que los árboles de la ribera se pudran y mueran.


Pero me estoy adelantando. Tras unas cuantas curvas entre bosques, el autobús se detiene en el primer punto de observación del glaciar. Es la imagen más impresionante que he contemplado en mi vida. Tras la parada reemprendemos viaje y llegamos al punto de descenso donde dan comienzo las pasarelas: Una estructura de pilares de hierro, suelo de rejilla galvanizada y pasamanos de madera que desciende por el monte frente al glaciar hasta unos 300 metros del mismo y desde las que se puede apreciar este desde su cara Norte.

No se puede expresar con palabras la belleza y majestuosidad del glaciar, hay que verlo en persona. Y eso que es solo el tercero en tamaño: El Upsala es el doble de grande y hay otro el doble de alto. Uno se queda con las ganas de verlos todos. Hay unos 11 glaciares en la zona, pero este es el único al que se puede acceder por tierra. Además el Upsala, al que se puede ir en catamarán (todo un día de navegación) no permite a los barcos llegar a su falda: se está derritiendo a pasos agigantados y desprende mini icebergs que han creado una cadena infranqueable.


La visita en las pasarelas dura 2 horas, en la que aprovechamos para dar cuenta del primer almuerzo del día. Mientras lo tomamos somos testigos de unos cuantos desprendimientos de poca importancia, precedidos de sonido de ruptura y posterior de contacto con el agua. Muchos turistas esperan pacientes, con la cámara dispuesta para captar alguno. Nosotros casi lo conseguimos en un par de ocasiones. Tras uso de los servicios público y café soso escaldalenguas, vuelta al bus.


De allí al catamarán a motor para iniciar el safari náutico, que nos lleva hasta unos 200 metros de la pared del glaciar. Salimos a los puentes laterales, con un frío intenso pero agradable y admiramos el glaciar por el lado Sur, desde allí se ve más enorme, y eso que esa es la zona donde este es más chico. En la orilla se distinguen a los viajeros que van a iniciar la ruta a pié sobre el glaciar. En ese momento nos arrepentimos (Dori mucho, yo un poco) de no haber contratado dicha opción, pero ya es tarde. La próxima vez lo hacemos, fijo. Mala suerte, se produce un desprendimiento enorme y es al otro lado del barco, mecachis, pero las olas que forma y el pedazo cascote que se divisa sobre el lago indican que es considerable. Un poco apenados volvemos al bus y de allí al hotel.


En el hotel invertimos las actividades. Primero vamos al gimnasio, después a las saunas y finalmente largo baño en la piscina, que esta vez está más caliente y, lo mejor, solitaria. Disfrutamos solos durante un rato de estos lujos asiáticos. Vuelta a la habitación, yacuzzi, breve descanso y a vestirse para dar un paseo al pueblo. Una vez allí primera parada en el supermercado. A pocos metros de allí subimos al Libro-Bar, una cafería situada en el primer piso de la Aldea de los Gnomos. Un sitio encantador. Buena música (estilo pub), rodeados de libros y muebles de madera. Pedimos una empanadilla de carnes y hamburguesas gigantes, acompañadas por una pinta de Antares rubia y otra de Antares extra Stout (o así), de 8,5 grados. La comida estupenda, pero la cerveza hace que descendamos con dificultad. Volvemos a nuestra pastelería favorita, donde adquirimos unos alfajores de maicena que nos extasiaron el día anterior. Vuelta al bar y Dori se pide una Caipiriña, lo que hace que nos cueste algo más volver a descender las escaleras del local. Llegamos al hotel medio muertos y nos quedamos durmiendo casi en el acto, con la luna llena reflejada en el lago como única espectadora. Todo es tan bonito que la pérdida del me resulta intrascendente: no me importaría quedarnos aquí y no recibir llamada alguna. Me jodieron más los 100 pesos que me cobraron en el hotel por llamar a Orange para cancelar la tarjeta, y eso que por una vez no tuve que escuchar en exceso la musiquita de espera. Todo resulta intrascendente al contemplar la luna reflejada sobre el Lago Argentina vista desde la cama de la habitación.


DIA 23, Sábado

Nos despertamos con los primeros rayos de sol. Desayunamos tranquilamente y preparamos las maletas. A las 10. 30 nos recogen y nos trasladan al mini aeropuerto para coger nuestro vuelo de regreso a Buenos Aires. ¡Que amables son todas las personas que nos han atendido en este viaje!. En la pista de despegue se encuentra estacionado el avión de la señora presidenta, Dña Cristina, que está de visita en la zona (luego nos enteramos que su marido estaba allí y en las últimas). En la cola de facturación nos ofrecen quedarnos un día más, pues hay overbooking. La oferta es tentadora: estancia más comida más 100 dólares. Por miedo a perder la conexión con Iguazú decimos que no, pero si fuera por ganas nos quedábamos, fijo. Una vez recolocada la vaca no hay sorpresas con el pesaje de las maletas. Con el lio el chico de facturación nos sella los pasajes de Iguazú, de lo que nos damos cuenta al embarcar en el avión. Se lo comunicamos a la tripulación y estos hacen todas las gestiones necesarias para comprobar que no haya incidentes. Hasta el capitán se interesa por nosotros y nos informa que todo está en orden. Aquí Dori se sonroja un poquitín, que mona que es. Se vuela muy bien con LAN. Próxima estación: Buenos Aires.

Llegada a la capital porteña sobre las 15 horas. Otro traslado al hotel Broadway, donde nos alojan en el octavo piso. La habitación es idéntica, pero nos descoloca que esté justo al revés de la anterior, la que fue nuestro hogar durante 4 días. No nos llegamos a acostumbrar, daba algo de mareo. Tras un breve repaso decidimos dar una vuelta por la misma avenida del hotel, la Corrientes. Deambulamos avenida arriba y abajo y localizamos un par de películas y espectáculos interesantes Como siempre en este viaje llevamos un horario raro con las comidas, pues en todos los vuelos nos dan algo para picar. Paramos a comer en una pizzería situada en un bulevar lleno de pequeños cafés y tiendas y entre los que se encuentran multitud de mini teatros, salas de proyecciones y aulas de estudio. Una maravilla que hubiera necesitado más tiempo. La comida: empanda de humita (pescado a la crema), milanesa con batata escarchada y de una deliciosa pizza de palmito (ummm). Todo muy bueno, acompañado de…..otra Quiles Stout de a litro. No sé qué vamos a beber cuando no podamos encontrarla en España.

Para hacer la digestión damos un paseo y entramos en una tienda especializada en meditación, yoga, religión, etc. que es muy del gusto de Doribel. Casi a rastras consigo sacarla de allí. Compramos dos entradas en Cines Lorca para ver “Mi Familia”, en inglés “The boys are all right”. Ya en el interior nos espera la sala de cine más rara que imaginarse pueda. Una sola hilera de asientos en una nave extremadamente larga y estrecha, ligeramente ascendente hasta las primeras butacas, dispuestas en posición e lanzamiento, decorada al estilo años 70 y con todos los sillones, de un cuero beige, a punto de desmembrase. Nos acomodamos como podemos y disfrutamos de la película, en inglés y subtitulada. Creo que acá no doblan las pelis. Mejor. Muy buena, ya me la bajaré cuando llegue a España. Lo pasamos muy bien, la verdad. De vuelta al hotel, sobre las 23.00 buscamos desesperadamente un café donde poder tomar algo y solo encontramos pizzerías abarrotadas. Contigua al hotel se encuentra la Heladería El Vesubio, la primera fundada en Argentina, con más de 100 años de historia. Pedimos un café, un chocolate y tres churros (también se llaman así acá). Todo muy normalito. Para llevar un helado de frutilla (fresa), que sí, estaba bueno, pero tampoco para tirara cohetes. Vuelta al hotel para terminar de ver la película que teníamos a medio (Un funeral de Muerte, anda que) Sobre la una de la mañana, muertos de sueño nos dormimos.

Día 24, Domingo

Toque de diana sobre las 8 de la mañana, recomponemos las maletas y asaltamos de nuevo el buffet del Broadway, y la verdad es que nos despedimos con todos los honores, saciados como siempre: son nuestras reservas para el resto del día. Sobre las 10.30 h nos viene a recoger un chofer parlanchín que nos lleva al aeroparque mientras nos informa de la historia reciente y chascarrillos del país. Muy amenas por lo general estas charlas. Entre lo que hablan ellos y lo que hablo yo, los trayectos vuelan. Llegamos otra vez con casi tres horas de adelanto y facturamos nada más entrar. Mucho tiempo para pasear, leer y curiosear. Se nota que es domingo: muy poca gente en las calles y en aeropuerto, y nuestro vuelo, a la mitad. Mucho mejor. Sin incidencias: el mismo pack de Lan, la misma cerveza y la misma tranquilidad durante el vuelo.

Llegando a la provincia de Misiones, por la ventanilla se aprecia la vegetación local: parte de selva oceánica propia de la zona subtropical y parte de plantaciones de pinos. La zona es la suministradora de madera a toda Argentina. El aeropuerto de Puerto Iguazú chiquito y distinto a lo esperado. Arquitectura inglesa y ladrillo rojo, entre un exuberante verde de vegetación y césped. Con olor a moho. Un solo vuelo, una cinta de equipajes y la recepción por parte del tour operador, durante el trayecto contratamos el paseo en 4x4, lancha y ducha del parque. La situación del hotel, un lujo: vistas de los acantilados que forma el Rio Iguazú y las tres fronteras que divide. A un paso vemos Brasil, Paraguay y Argentina. Damos un paseo por el hotel: la terraza y piscinas muy majas, pero un poco viejo y descuidado, aunque las camas muy cómodas.


Otra vez tenemos el mismo problema. Son las 5 y media de la tarde y no hemos comido, por lo que toca otra comida intermedia. Nos acercamos a un local que nos ha recomendado el guía: La rueda. Entramos sobre las 18.30 h y pedimos una selección de aperitivos de pescado, una ensalada con mandioca, lechuga, huevo, queso y mayonesa, y por fin el tan anunciado bife de chorizo. Nos ponen pan con una mantequilla derretida y mezclada con roquefort y una Quilmes de 630 ml. Menos mal que estaba buena la mantequita, pues en una hora no vimos otra cosa. La espera nos sirvió para observar a los comensales que iban llegando estudiar sus caras de desesperación ante la falta de servicio. Por fin nos traen la comida, junto con un litro de Stela Artoris que tuvimos que pedir dada la tardanza, lo que nos achispó de nuevo. En cuanto a la comida, buena pero como casi todas, decepcionante por las expectativas. El bife de chorizo jugoso era un trozo de lomo de vaca de 300 gramos, semi-crudo y bastante soso. Para comerlo había que acudir a las salsas que adjuntaban: tomate con vinagreta, salpicón o salsa verde, menuda elección para una carne (de la chimichurri, sin noticias durante todo el viaje) De postre piña quemada con dulce de leche, excelente.



Tras tres horas en el restaurante salimos a dar un paseo corto por el pueblo, lleno de bares, restaurantes italianos y tiendas de artesanía y suvenires. Puerto Iguazú parece el típico pueblo centroamericano que los USA muestran en sus películas: calles embarradas, casas de madera o ladrillo ennegrecidas por la humedad, coches de los años 50 y pickups por todos lados, motocicletas sin silenciador, carteles caóticos y colores brillantes. El aspecto de la población autóctona varía respecto a la de otros lugares: predominan los rasgos indios propios de una zona selvática lindante con Brasil y Paraguay. No nos pareció una ciudad insegura, por mucho que estuviera en obras, escaseara la luz en las calles y locales y que algunas construcciones fueran poco más que chabolas. Antes del hotel parada en el super para la excursión del día siguiente. Como tenemos que madrugar (6.00 h) decidimos dormirnos pronto: al final, entre contestar correo, ver algo por la red, incluido el video de la boda colgado en Facebook (gracias de nuevo, Kristof)  apagamos la luz a la 1.00. Madre mía.


Continuará........