martes, 31 de agosto de 2010

6 toros 6


El domingo 21 de septiembre de 2008 comenzó como tantos ese año, mañaneando para una carrera popular, matinal y dominical. Bueno no tanto, como Nonduermas no queda lejos de casa, es corta (poco mas de 10 km) y comienza tarde, no tuvimos que pegarnos el madrugón de turno, que junto con los estiramientos era para mi lo más duro de la carrera (el resto es cuestión de aguante). Lo cierto es que los tres: Jesús, Mª José y yo estábamos lejos de nuestro mejor momento de forma y la carrera se nos hizo pelín dura. Para desquitarnos nos fuimos a comer al Sibarita. El postre me lo tuve que tomar casi en la puerta, me había invitado a la corrida de rejones que ponía fin a la feria y ya llegaba tarde.

Allí estaba yo, puntual y esperando en la puerta Sur de la plaza de la Condomina. Las 6 y cuarto de la tarde, sin gorra ni gafas que me defendieran de ese sol claro entre nubes que presagia tormenta, ese que me hace guiñar los ojos hasta convertirlos en tenues trazos de carbón. Bueno eso y la carrera, el copioso ágape y, sobre todo la falta de siesta. Apareció como un torbellino, vestida toda de blanco, con sus impresionantes gafas de sol y con una almohadilla con los colores de la señera (o senyera). ¿Presagio de la futura abolición? ¿reivindicación anticipada? ¿causalidad?

Lo primero que me dijo es que a los toros se va de blanco, y claro, yo iba de negro (Aung). No recuerdo que dijera otra palabra antes. Hay que ver, nuestra primera cita y no acierto con el vestuario. Dos años después sigo sin conseguirlo.

De la corrida recuerdo la cerveza del descanso y los caballos, muy monos y muy elegantes. En cuanto a los toros, pobres, por no verlos sufrir los miré poco. Unas veces ojeaba las meriendas vecinas, otras me tapaba los ojos. En alguna ocasión me los cubrió ella. Diez días atrás se me olvidó comentarle que el toro tatuado era un homenaje al animal, no a la fiesta. Que despistado puedo llegar a ser cuando me lo propongo...

Finalizada la corrida comenzó a chispear y no se me ocurrió mejor idea que invitarla a cenar. Visto que en Murcia estaban terminado las fiestas y veníamos de los toros nada mejor que un restaurante típico: un japonés. La cena discurrió en una agradable conversación, que a mi se me hizo bien corta y en la que Ella no presentó signos externos de cansancio (toda una gesta, ya que ha veces me excedo con el habla)

Lo cierto es que cuando salimos del restaurante era ya noche cerrada y había dejado de llover. Como siempre que llueve olía a tierra mojada (aunque no haya tierra cerca, como era el caso. Será el subconsciente, o que soy raro a secas). Las calles adoquinadas del centro fueron los únicos testigos del largo paseo en busca de su coche y la posterior vuelta a por el mío.